Puede que no seamos conscientes de toda la información que “cuentan” nuestros selfis y mensajes en Internet. Merece la pena pararse a escucharlos antes de compartirlos, para mejorar nuestra imagen en Internet y prevenir problemas en el futuro.
Echemos un ojo al perfil de nuestros adolescentes en Instagram, ¿qué encontramos? Todo su día a día, cosas que hacen, cosas que les gustan, comentarios y selfis, muchos selfis de ellos mismos, con sus amigos, parejas, en casa, por la calle… Algunas fotos están muy cuidadas y estudiadas, otras retocadas o con efectos, muchas espontáneas y divertidas.
Un selfi o “selfie” se refiere a una autofoto, una foto que nos hacemos nosotros mismos. Podemos aparecer sólo nosotros o estar con más personas. Normalmente se toma con un móvil y se comparte a través de las redes sociales.
Parece lógico, pues en estas edades son inseparables del móvil, pasan el día conectados a las redes sociales, el WhatsApp, Snapchat y más. El caso es que no tiene pinta de ser una cuestión de modas, sino más bien un cambio social y cultural. La búsqueda de sí mismos, la aceptación en el grupo de iguales o el posicionamiento y reconocimiento social siempre ha existido en esta etapa, solo que ahora se apoyan en gran medida en las redes sociales.
¿Pero qué problema hay en compartir un selfi?
A priori diríamos que ninguno, ¿verdad? Sin embargo, con cada mensaje o cada foto que compartimos perdemos un poquito de privacidad, dejamos un poquito de nosotros en manos de los demás. Lo normal es que esto nos permita mejorar nuestras relaciones sociales y nuestra imagen en Internet, pero también implica un riesgo ya que se pueden utilizar en nuestra contra como veremos a continuación.
En el caso de los adolescentes es habitual que muchos de sus conflictos tengan un origen aparentemente inocente. Algunos de sus comentarios o de sus imágenes publicadas o difundidas pueden llevar a malentendidos, burlas y humillaciones que podrían degenerar a corto plazo en situaciones de ciberacoso, chantaje, o incluso atraer contactos dañinos (por ejemplo de comunidades virtuales que fomentan trastornos alimentarios, extremismos, drogas, pederastas).
Muchos conflictos adolescentes tienen un origen aparentemente inocente
Pero el largo plazo también nos debe preocupar. Cuando hace unos años cometíamos alguna tontería típica de adolescente, la cosa se quedaba en quienes estábamos presentes y como mucho se ampliaba a nuestro “círculo cerrado” de amistades. Si había imágenes se compartían en papel fotográfico, mientras nosotros nos quedábamos con los negativos, de modo que era complicado que se difundieran más allá.
Sin embargo, con el uso masivo de móviles y redes sociales, lo más normal es que compartan esas “divertidas imágenes” con cualquiera, de modo que pierden el control de las mismas. Por ejemplo, si a alguien se le ocurre hacer un meme, publicarlo en un foro de Internet y viralizarlo, o colgar un vídeo en YouTube, no necesita ni conocimientos ni herramientas especiales, sólo un móvil y en cuestión de segundos las imágenes pueden estar dando la vuelta al mundo.
Además, las imágenes pueden quedar disponibles en Internet durante mucho tiempo. Aunque se quiera borrar la foto, con que alguien se la haya guardado o compartido puede llegar a ser imposible. Es cierto que se pueden reportar las imágenes o mensajes inapropiados en las plataformas sociales, pero también es cierto que mientras se reportan y eliminan pueden haber llegado a otras personas que continúen con su difusión.
¿Cómo quiero que se me vea en Internet?
Así pues, quizás sea buena idea animar a nuestros hijos e hijas a “escuchar” a sus selfis antes de compartirlos con nadie. Es decir, hacerse conscientes de toda la información que cuentan en ellos, explícita o implícitamente, máxime si consideran sus publicaciones en conjunto (como si fueran las piezas de un puzle). Por ejemplo:
- El lugar desde el que se ha tomado la foto (su habitación, el instituto, el parque), hasta su geolocalización exacta (si el móvil guarda las coordenadas GPS en la foto).
- Sus rutinas, actividades y aficiones (incluyendo el lugar y la hora de publicación).
- Los amigos/as (que aparecen, o que dan a “me gusta”, comentan, comparten).
- El poder adquisitivo familiar (móvil, vestuario, la televisión de su habitación).
- E incluso detalles de su propio cuerpo (piercings, tatuajes, en ropa interior, fotos sugerentes).
Más aún, como es posible que esa foto acabe distribuyéndose sin control por Internet, puede ser útil hacerse preguntas como:
- ¿Me importaría que esta foto la viera cualquiera?, pensando en desconocidos, vecinos, la familia, pareja, recursos humanos, jefes…
- ¿Seguiré sintiéndome cómodo/a con esa foto dentro de unos años?, ¿me puede dar vergüenza en el futuro?
- ¿Qué imagen transmite de mí esa foto?, ¿me puede perjudicar en la búsqueda de empleo?, ¿aporta algo positivo o negativo a mi imagen en Internet?
- ¿Puede resultar molesta para otras personas que salen en la foto?, ¿están de acuerdo en que la comparta?
Ante la duda, la mejor respuesta es no compartirla. Es preferible compartir menos mensajes, pero estar convencidos de que van a ser positivos y seguros para ellos. Cuando un desconocido entre a su perfil se formará una imagen positiva o negativa en muy pocos segundos y basándose en muy poca información. ¿Se imaginan a un entrevistador echando un vistazo a su Instagram antes de convocarles a una entrevista de trabajo? Como se suele decir…
No hay una segunda oportunidad para causar una buena primera impresión
¿Exagerado?, ya hace tiempo fue bastante comentada la noticia del futbolista fichado por el Barça y despedido a las pocas horas por sus comentarios inapropiados en Twitter.
¿Qué podemos hacer?
Ya hemos visto que la clave es ser conscientes de lo que comparten y publican, «escuchar a sus fotos antes de compartirlas». Además también les puede ser de ayuda configurar adecuadamente las opciones de privacidad de sus redes sociales, aplicaciones y dispositivos móviles, por ejemplo desactivando la geolocalización, dando la menor cantidad de información posible en nuestros perfiles, etc.
Una de las primeras premisas es pedir que tengan cuentas de usuario privadas en lugar de públicas, aunque debemos asegurarnos de que entienden el riesgo que supone aceptar como amigos/contactos/seguidores a personas que no conocen, amigos de amigos, etc. Es evidente que aunque tengan la cuenta privada, no sirve de mucho si luego tienen 700 contactos.
Una cuenta con 700 amigos no es privada
Una buena práctica es revisar de vez en cuando la lista de amigos para “hacer limpieza” y quitar a aquellas personas que no conocen o que realmente no son importantes para ellos.
Si tienen algún problema, es bueno que tengan una persona de referencia a la que acudir (por ejemplo una tía, un primo mayor), sin ser juzgados ni temer una sobrerreacción por su parte, ni por la nuestra cuando nos enteremos. Siempre debemos procurar mantener abiertas las vías de comunicación con nuestros hijos/as. Si además de las dificultades propias de la edad y del lío en que se han metido, nosotros vamos a poner el grito en el cielo de forma poco constructiva, sólo conseguiremos alejarles de nosotros, aumentando las posibilidades de que empeoren la situación.
Por otra parte es útil que conozcan las direcciones donde reportar imágenes, mensajes o usuarios molestos en las redes sociales. Y si es necesario, también podemos contar con la ayuda de las fuerzas de seguridad, siempre implicadas en la protección de los menores, también en Internet.
Quién sabe, quizás toda la “práctica” que están desarrollando compartiendo selfis todos los días, con sus amigos/as, a través de todas las redes sociales… les venga bien en el futuro, cuando alguien les pida un video currículum para una entrevista de trabajo… Eso sí, siempre que sus perfiles sociales “pasen el primer filtro” de selección de personal.
¿Y tú qué opinas?, ¿tus hijos se hacen muchos selfis?, ¿los comparten con todo el mundo?, ¿se arrepienten de alguno?, ¿y de otros mensajes o comentarios?, ¿y tú?
Nota de DavidHellin: La noticia es original de OSI